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Relatos de Ticnámar: La noche de San Juanito


Por estas latitudes del mundo, en el mes de junio se conmemora el solsticio de invierno. Para las comunidades andinas, el sol se aleja hasta su punto más lejano y renace dando inicio a un nuevo ciclo de vida. En los últimos años, ha ganado terreno el evento que algunos llaman Año Nuevo Andino, Inti Raymi o Machaq Mara, en honor a las raíces nativas del territorio; pero esta época de renovación coincide con dos celebraciones cristianas que desde hace siglos han sido celebradas por los pueblos andinos: la fiesta de San Juan y el Corpus Christi.


En Ticnámar, el San Juanito es sinónimo de devoción, respeto y cariño. Su imagen está relacionada a la naturaleza y especialmente a los animales, pues a ellos se les encomienda para su buena salud, reproducción y abundancia. Días antes de la fiesta del 23 de junio, las familias del pueblo quilpan a sus animales con unos aretes de colores para distinguirlos y que no se confundan cuando se juntan con el ganado del vecino.


Paula Condori, quien pasó la fiesta el año pasado, nos comenta cómo se realiza la costumbre en el pueblo: “El día de antes se hace la ceremonia de la chuwa con sus pastillitas y azúcar. A mí me gusta hacer la fiesta igualito a como lo hacían los abuelos. Subimos el corderito al calvario, bien bonito para hacer la wilancha. Al día siguiente se sube a la cruz que todos los santitos tienen, ahí encima de la era, donde se hace su ceremonia. Más tarde se hace la misa y después la quema de la paja. Ahí se comparte un fondo con caliente, su licorcito con especias, para todos los asistentes.”


La fogata es un elemento característico de la fiesta de San Juan, tanto en el viejo mundo como en el sector andino. Antiguamente en el pueblo antiguo de Ticnámar, el alférez amontonaba la paja al lado de la torre campanario. Después de rezar el rosario, el San Juanito salía en procesión con incienso y bandas. La jornada terminaba con la comunidad compartiendo alrededor de la fogata hasta que el fuego se apagara. Olga Montealegre, ticnameña, rememora su experiencia en la festividad: “El año pasado lo hicimos a la salida de la iglesia, en la plaza. La Paula dejó listita la paja al lado de la iglesia y todos los que participaban, tomaban un poquito de paja en sus dos manos y, arrollidándose frente a la iglesia como haciendo una reverencia al Señor, echaban al fuego. Yo me emocioné mucho, porque era tal cual como yo me acordaba.”


A la mañana siguiente, los que participaban en la fogata debían ir al río a mojarse: “así hicimos nosotros el año pasado, fuimos al río a pawar, con una olla caliente y la banda que va acompañando. Después volvimos al pueblo para desayunar la calapurca con todos”, comenta Paula Condori.


“Al alba íbamos, tempranito, y nos lavábamos el olor a humo. Algunos se tiraban agua, como jugando a la challa, ¡pero súper era helado! Esa era una creencia que tenían los papás y los abuelos. Cuando niña yo le preguntaba a mi mamita y ella me decía que era una tradición que venía de los antepasados, de generación en generación, y venía de la leyenda de San Juan que fue a bautizar al río” agrega Olga Montealegre.


Tras la misa, se volvía a al río con el patrono en procesión. A un costado, estaban los corrales con los animales bien engalanados con sus aretes coloridos. “¡Esa costumbre me faltó hacer! Antiguamente, se llevaba al santito al costado del río, donde estaban antes los corrales de las familias, para presentarle a los animales que ahí estaban”, recuerda Paula Condori. Como buen pastor, el San Juan es un protector de los animales, y por tanto, la comunidad le pide que les pueda proteger y guardar de cualquier mal que les pudiera afectar.


“El pueblo antiguo era muy grande y el río pasaba bien al fondo, no era como ahora que está tan cerca. La procesión se hacía por la plaza que era grande y después se iba al río donde estaban los rebaños de la gente. De todo había, corderos, vacunos, chivitos, de todo había, y los dueños le presentaban al Señor de lejos. Ahora del pueblo quedan solo los recuerdos”, añade Olga Montealegre. De vuelta al pueblo, los ticnameños despedían al San Juan tirándole flores a lo largo de todo el camino y esperando un nuevo año lleno de prosperidad y abundancia.


“Todos esos santitos se celebraban antes y algunos de ellos se mantienen todavía, como la Virgen Asunción, el San Juanito, la Semana Santa. El San Santiago, por ejemplo, es un santito que siempre se ha celebrado; algunas veces con fiesta y otras veces solo con velitas. Claro que antes se hacía con padre, orquesta y con caballos”.


Este año, sin embargo, las imágenes son protagonistas por otro motivo. Por primera vez en muchos años, ellas serán restauradas en el Taller de Bienes Culturales del proyecto de restauración del templo Virgen de la Asunción de Ticnámar. Ahora es el turno del San Juanito, una imagen valiosa, datada aproximadamente del siglo XVIII, confeccionada originalmente con madera de maguey, tela encolada y esgrafiado de oro.


La imagen, sin embargo, se encuentra en estado de emergencia, con diversas fracturas, craqueladuras y pérdida de elementos. “¡Es que el San Juanito tiene años, pues! Estaba hecho de materiales especiales, naturales, que con el tiempo se echan a perder. Siempre en el San Juanito tenemos fe; algunos que no saben dicen que es un barro o una piedra, pero yo creo que a través de nuestros santitos podemos ver al Señor y él también nos ve, si le queremos o no le queremos. Pero hay varios santitos que están malitos y necesitan reparación”, comenta doña Paula.


La obra se está llevando a cabo por las manos de la talentosa restauradora Maribel Trujillano en su taller personal en el pueblo de Guañacagua, y actualmente está en la fase de eliminación de repintes.


Pero la fe de los ticnameños no se sostiene solo en la imagen material: “yo creo que este año igual le vamos a hacer alguna cosita al San Juanito, como sea. No importa si no puede subir la comunidad, igual con mi hermano estamos planeando hacer la costumbre no más. Así hacemos con todas las cosas del pueblo, como las Cruces, la Semana Santa o Navidad, yo siempre me acuerdo y me preocupo. Me da pena no poder celebrar igual, las fiestas son un regalo del Señor para nosotros, para que estemos contentos y nos entretengamos. Así es siempre: la gente se prepara, se compra su ropita, se viste bonito. Yo creo que es así, para que los que sigan aprendan y tengan fe”, reflexiona Paula Condori.


Agradecemos los aportes de Edith Loza, Paula Condori, Olga Montealegre, Maribel Trujillano y Liliam Aubert en la elaboración de este artículo.

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